«Valoraciones pedagógicas»: ¿completar formularios o tomar las herramientas en nuestras manos?

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¿Cuál es el sentido pedagógico de ponderar si un alumnx se conectó muchas veces o pocas durante la cuarentena? ¿Hasta qué punto expedirnos sobre la regularidad en la entrega de trabajos en tiempos de pandemia implica una mirada educativa y no una medición prejuiciosa sobre contextos socioeconómicos marcados por la exclusión social? ¿Se pueden omitir en esas valoraciones las condiciones materiales que, en medio de una profunda crisis sanitaria y económica, ensanchan las desigualdades para aprender?
Desde Ademys sostenemos una mirada crítica sobre el uso de esta herramienta en tiempos en que el principal incumplimiento a valorar es el del propio Estado, que deja a la deriva a miles de pibxs, ajusta salarios y no garantiza la alimentación ni mucho menos la conectividad del alumnado.

 

¿Valorar pedagógicamente o medir quiénes pueden seguir estudiando?

Las valoraciones pedagógicas se plantean como un reemplazo -más o menos reconocido como tal- de las evaluaciones y calificaciones convencionales que se suelen volcar en los boletines escolares. Según la Resolución N° 1577/MEDGC/20 publicada el 5 de mayo en el Boletín Oficial de CABA, se determina que tanto los bimestres y trimestres en Primaria y Media, como las calificaciones numéricas y conceptuales pautados por agenda, se reemplazan por estas valoraciones que abarcarán un período cuatrimestral. Así, se establece que las escuelas de los diversos niveles y modalidades “… deberán llevar un registro sistemático y una valoración del proceso pedagógico desarrollado de forma remota, sin calificación”. El 24 de junio, la Subsecretaría de Coordinación Pedagógica y Equidad Educativa del GCABA publicó una resolución complementaria, agregando determinaciones sobre cómo deberían ser dichas valoraciones (Res. N° 11/GCABA-SSCPEE/20). En ese documento se habla de la necesidad de “considerar la heterogeneidad en los modos de acceder a las propuestas educativas”. Pero a renglón seguido, se procede a tomar como primer parámetro enumerado “el grado de contacto establecido entre la escuela, el estudiante y su familia (detallando el canal de comunicación utilizado y una descripción del vínculo pedagógico alcanzado a lo largo del periodo)”. Es decir, un seguimiento de la respuesta o recepción y entrega de trabajos del alumnado. También se pauta la ponderación de los “logros de aprendizaje alcanzados”.
La mera mención de la palabra “heterogeneidad” aparece como un certificado de buenas intenciones que luego no es tenido en cuenta: se mide, quiérase o no, la tasa de respuesta, de apropiación de contenidos, de trabajos entregados. Una medición que en un contexto como el actual, no redunda en una valoración pedagógica sino que –independientemente de la voluntad de quien la aplique- pone la mirada en el lugar equivocado. En medio de una crisis sanitaria y alimentaria, agravada por las condiciones de pobreza extrema de miles de alumnxs, dichos parámetros medidos de manera individual pueden servir solamente para ocultar las raíces profundamente sociales y estructurales del acceso desigual a las condiciones de aprendizaje. Si hay responsabilidades en esa desigualdad, no deben buscarse entre él o la alumnx que no entregó sus deberes, sino en el Estado que no garantizó derechos básicos como libros, computadoras o al menos alimentos saludables y en cantidad para todxs.

Una respuesta desde las escuelas y distritos

La mayoría de las escuelas y distritos han construido en las últimas semanas las herramientas que se ajustaran mejor a los contextos y situaciones de cada institución, sin estigmatizar y encasillar y contemplando la difícil situación que atraviesan les estudiantes y sus familias. Lamentablemente en algunas escuelas de primaria y media las presiones se hacen sentir para catalogar a les estudiantes en función de la posibilidad de acceso a conectividad o recursos.
Mientras los casos de COVID se multiplican entre familias y alumnxs, poner el eje en parámetros que midan contenidos trabajados y apropiados, o tareas resueltas y pendientes, es innecesario y hasta perjudicial.
Por eso, desde Ademys acompañamos y alentamos a desarrollar el proceso que se ha implementado en varias escuelas en las que se ha construido colectivamente, impulsando de manera asamblearia y democrática herramientas que sean útiles para comunicar efectivamente a las familias de qué manera estamos acompañando a lxs alumnxs, y no a reforzar prejuicios en momentos donde la desigualdad social y educativa se ve reforzada por la pandemia y una crisis económica descomunal.